24 de enero de 2015

Perros

- Quítate la camiseta.
- Sí.

De pie,

frente a mí, 
el perro obedece.

- Ahora, el pantalón.
- Sí.

Le rodeo lentamente, 
observo cada detalle de su cuerpo, 
palpo sus formas, 
compruebo su consistencia. 
Los hombros, 
los brazos, 
la espalda firme 
concluyendo en una cintura sólida. 
Piernas esbeltas, 
culo tajante. 
Introduzco los dedos en su boca y 
repaso su dentadura perfecta. 
Sostengo bajo mi mano sus marcados abdominales
dispuestos en un bello arco cóncavo.
 Le pongo el collar.

El sometido renuncia a sí mismo, 
a su presente, 
a su relato, 
a cuanto es. 
Siente avanzar al Amo en su interior 
como una barrena que, 
de forma lenta pero constante, 
rota 
y extrae por los surcos en espiral
cuanto encuentra,
vaciándole,
dejándole una pulcra carencia
destinada a ser ocupada por su Dueño,
en una íntima y satisfactoria inundación
que lo cubrirá por completo,
le dará un renacer,
una nueva identidad,
un sentido.
El humor vítreo a través del que, desde entonces, verá,
será la quintaesencia derivada
de la existencia de su Amo.
Y todo otro humor será el resultado
de una química compleja de interacción
donde un factor dominante,
prevalente,
hará girar a toda la molécula.
Cuando el Amo se mueva,
el sometido le buscará la mirada,
saltará como un resorte a la espera de
un mandato para seguirle.
Y así, en tan depurado deseo,
en el borde del saliente desplomado sobre
el abismo de la más íntima condición humana,
en el asidero donde toda otra necesidad carece de razón,
perderá el miedo.
Al vacío,
al tiempo y el espacio
como múltiplos de la nada.
No habrá ya otras medidas fundamentales
que los deseos de su Amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario