24 de enero de 2015

Eclípticas

Pulso el mando, ceden las puertas. Un amplio giro de volante encamina la máquina por el asfalto. A un par de toques el ambiente se empapa con una canción. Se aproximan las 5 de una fría madrugada.

"Dime, Druso, qué ha sido de ti en todo este tiempo”. Remuevo los hielos con un vaivén y descargo el último trago.

Nos cruzamos vivencias en una conversación balizada de sonrisas y miradas. “Aún no puedo creer que nos hayamos encontrado”.

Bajo una llovizna de instantes suceden los roces, los recuerdos desgajados, llevados a la boca para saborear su jugo otra vez. Se recuesta. La contemplo con la copa en la mano.

Una reyerta de labios sobre su cama, la ropa tirada por cualquier lugar, el cuerpo cubierto de humedades; piernas, brazos tergiversados, torsos hinchados de aliento, engranajes de calor. El mundo a mi alrededor en una de sus partes móviles, volátiles, sostenidas por gravitación en un giro descompensado que, inesperadamente, aleja o acerca.

No somos los mismos. Nunca lo fuimos. El tiempo ha pasado. Quedan sus consecuencias.

Avanzo por el túnel a escasa velocidad. No hay motivo para ir rápido. A la salida, el alba ya verdea.

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